Siete a uno. Un cachetazo tremendo que hasta pudo ser peor. Los 64 años que esperó Brasil por una revancha de aquella afrenta consumada por 11 uruguayos en 1950, concluyó en una pesadilla aún más terrorífica.
El ajuste de cuentas con que los brasileños soñaban lavar en parte aquel episodio nefasto de su historia tendrá que esperar mejor ocasión y, seguramente, otra buena pila de años.
Aquella vez, la humillación los hizo mudar los colores de la camiseta de su selección, descartando para siempre el blanco utilizado hasta entonces para adoptar el amarillo que viste hasta nuestros días.
Hoy, algunos de los críticos más radicales del equipo de Luiz Scolari, ya proponen un nuevo cambio después del baile alemán: el negro luto.
La versión argentina. Nuestra selección también experimentó el sentimiento de revancha frustrada. Claro que lo hizo en un marco menos significativo que el de Brasil, pero sus protagonistas se quedaron con la espina clavada por siempre. Fue en 1974, en ocasión del Mundial de Alemania.
Unos días antes del torneo, el equipo que dirigía Vladislao Cap se presentó en Amsterdam en un amistoso frente a la Holanda de Johan Cruyff, que lo bailó con un contundente 4-1.
“Quiero revancha en el Mundial, porque estos no van a ganarnos así otra vez”, dijo el DT sin saber que los cruces del certamen iban a darle el gusto y la razón.
En Gelsenkirchen, la Naranja Mecánica no pudo repetir el 4-1: fue 4-0 en una jornada “afortunada” para la Albiceleste, porque bien pudo ser un 10-0.
